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[dropcap_two] C [/dropcap_two] uando paseaba por las calles de Potosí, pude ver signos de deterioro en cada esquina. A veces, era difícil creer que esta pequeña ciudad ubicada en el altiplano boliviano había sido uno de los centros económicos más importantes del mundo. Todo lo que queda de su opulento pasado son las majestuosas edificaciones coloniales del centro histórico. Gracias a su impresionante legado, Potosí fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1987. Hoy en día, el mayor atractivo para los que visitan Potosí son las minas de plata del Cerro Rico.
Antes de llegar a Potosí conocía muy poco sobre su historia, simplemente me atraía la idea de visitar una mina que estaba aún en funcionamiento. Así que después de pasar unos días explorando el Salar de Uyuni y sus alrededores, me decidí a parar en Potosí por un par de días.
Las infames minas de plata de Potosí se extienden por kilómetros dentro de las entrañas del Cerro Rico — así llamado por las grandes cantidades de plata que se han extraído. La mayoría de las minas son operadas por cooperativas de mineros locales, quienes son en mayor parte descendientes de los esclavos que las trabajaban en el pasado. En Potosí, hay muchas opciones para realizar un tour de las minas; pero es siempre mejor ir con los que ofrecen antiguos mineros ya que ellos saben lo que es trabajar en las minas. Por otro lado, antes de decidir apuntarse en un tour, ten en cuenta que las medidas de seguridad brillan por su ausencia y vas a tu propio riesgo.
Cuando pasan por nosotros en el hostal, nuestro guía nos da todo el equipo necesario: un casco con linterna, una chaqueta y pantalones de trabajo, botas de goma y una bolsa de lona para meter nuestras pertenencias y los regalos para los mineros. Nuestra primera parada es una visita al mercado, donde cada quien compra algo para llevar a los mineros: hojas de coca, cigarrillos, chocolate, dinamita, refrescos, y botellas de alcohol potable (con 96º de alcohol!!!). Ahí todavía bromeábamos y nos reíamos.
Luego llega el momento de enfrentarse al Cerro Rico — también conocido como la Montaña que Come Hombres, debido a las cientos de miles de personas que se han dejado la vida gracias a ella. Tan pronto como llegamos a la entrada de las minas, nos damos cuenta de que esta no es la experiencia turística usual. El ambiente está cargado con desechos tóxicos y miseria humana. Lo que más impacta, sin embargo, es ver a jóvenes adolescentes trabajando bajo las mismas duras condiciones que el resto.
Las cosas no mejoran adentro. Los pasillos son estrechos, hay lodo por todas partes y el techo no es muy alto; con lo que me golpeo la cabeza con las vigas más de una vez. Para la gente que es más grande, alta y mayor es aún más difícil avanzar. A veces hace frío y otras veces bastante calor. Por suerte, había comprado en el mercado una máscara que me resguardaba un poco del polvo. Cuando llevábamos un tercio del camino recorrido, la mitad del grupo prefirió regresar fuera; ya habían visto lo suficiente.
El resto decidimos continuar. Mientras caminábamos nuestro guía nos contaba sobre la dura existencia de los mineros. Como ya mencioné, las minas son operadas en su mayoría por cooperativas. Los mineros trabajan largas horas para extraer plomo, zinc y lo poco que queda de plata. Lo que los mantiene motivados es la ilusión de encontrar una veta grande de plata para poder retirarse, pero esto rara vez sucede. La mayoría empieza a trabajar en las minas cuando son jóvenes, siguiendo los pasos de sus padres; pero luego de años de extenuante labor, muy pocos llegan a los cincuenta años.
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Finalmente llegamos a un sitio donde podemos sentarnos alrededor de una figura hecha de arcilla con rasgos de diablo. Nuestro guía nos lo presenta como El Tío, una representación del Diablo que mantiene seguros a los mineros mientras trabajan en estas profundidades. El Tío forma parte del grupo como cualquier otro y también recibe parte de los regalos que hemos traído. Ahí nos quedamos un rato bebiendo y fumando con los mineros, quienes nos cuentan sus historias contentos de tomarse un descanso.
Ya luego es hora de regresar fuera. Cuando salimos de las entrañas del Cerro Rico nos alivia saber que mañana no regresaremos. Por mi parte, vine a Potosí buscando una aventura y terminé aprendiendo una lección de empatía y gratitud. Si quieres saber más sobre las minas de Potosí, te recomiendo el aclamado documental The Devil’s Miner, el cual sigue la vida de un joven minero de catorce años. Puedes ver el corto a continuación.
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Y si quieres ver más fotos de mis días en Potosí, visita mi galería.
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¿Te animarías a visitar las minas de Potosí? ¿Por qué? Déjame un comentario, quiero saber tu opinión!
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